En determinadas ocasiones la mejor opción que se puede tomar consiste en darlo todo por perdido.
Aunque sea por una mera cuestión de higiene y salud mental.
Durante años fui un pánfilo de esos que creían que la concienciación y la mentalización servían para algo. Que dar buen ejemplo servía para algo. Que tratar de convencer con argumentos racionales servía para algo.
Y no sirve.
Lamento si queda por ahí con vida algún otro idealista que todavía crea que sirve, pero desgraciadamente no.
Ya hemos visto en repetidas ocasiones que lo que funciona es prohibir y sancionar. Lo hemos visto con las infracciones de tráfico, con la prohibición de fumar en determinados espacios públicos e incluso con el confinamiento.
Igual todavía queda por ahí algún despistado que confunde libertad con nihilismo, como pasó en Madrid cuando andaban enredados hablando de cañas y terrazas y muchos creyeron que compraban libertad cuando lo que les estaban vendiendo era nihilismo, pero la experiencia nos dice que no hay nada mejor que una buena vara para que el rebaño siga el camino recto.
Y admiro mucho a unos pocos que todavía creen en defender a capa espada determinadas causas.
Les admiro sinceramente.
Admiro la paciencia de Jorge Rodríguez Maderal, Andrés Torres o Miguel Ris tratando de convencer a mis paisanos de que el camino que llevan desde hace cuarenta años está equivocado.
Y digo cuarenta años por decir algo. Podría haber dicho doscientos. O dos mil. Lo mismo da.
Decía que les admiro cuando en un ejercicio de paciencia inagotable tratan de participar en debates relacionados con el presente y el futuro de la pesca, esgrimiendo argumentos racionales, para tratar de convencer a quien es imposible que sea convencido.
Pero yo estoy convencido de que todo esto ya no sirve. Tratar de convencer con argumentos racionales ya no sirve.
Es como pensar que Publio Carisio habría tenido éxito conquistando a los astures a base de esgrimir argumentos defendiendo lo buena que sería la romanización.
Esto jamás habría sido posible, y la conquista solo fue posible a base de pilum y gladio y de cortar manos, incendiar castros y masacrar y esclavizar a hombres, mujeres, ancianos y niños.
Con la pesca pasa algo parecido.
Los astures trasmontanos ya han dejado claro que no van a atender a razones.
Y quizás yo esté completamente equivocado, pero lo de la pesca en Asturias solo tiene una solución.
Y esa solución pasa exclusivamente por las restricciones, la vigilancia y las sanciones.
Y quizás en esto también me equivoque, pero estoy igualmente convencido que incluso aunque hoy mismo se decidiese optar por esta vía, se estaría llegando años tarde.
Al menos para el salmón. Y habría que ver para la trucha y el reo, de los que nadie se acuerda casi nunca.
Siempre me había prometido a mí mismo que no publicaría nunca nada relacionado con la gestión de la pesca, especialmente en Asturias. Pero se han juntado estos últimos días una serie de acontecimientos que al final me han hecho romper mi propia promesa.
El problema, principalmente, es que se parte de un concepto equivocado. Y como este concepto se ha estado entendiendo mal durante tanto tiempo, ahora ya no es posible revertir muchas de las ideas que ese concepto equivocado ha permitido que fuesen germinando y floreciendo.
¿Y cuál es ese concepto equivocado?
Muy fácil: "El río es de todos".
Y con ese "el río es de todos" algunos se han creído que era solo suyo, así que lo conveniente en estos casos es olvidarse de que somos pescadores y tratar de recordarles que ese "el río es de todos" incluye a todo el mundo.
Incluye a tu prima la de Palma que no ha hecho caso de un río jamás, incluye al chaval aquel de Yernes y Tameza que decía que estaba muy bien solo, siendo el único niño del pueblo, sin que nadie fuese a tocarle los cojones, incluye a mis familiares que tenían fincas y propiedades en las dos orillas del Eo e incluye a ese arqueólogo de Almería que lo que pase en el Narcea, el Esla, el Ter o el Miño se la trae al pairo porque a él solo le interesa la Cultura del Argar.
Y ese confundir "es de todos" con "es mío" que se ha permitido durante demasiado tiempo nos ha traído hasta donde nos encontramos ahora.
Por no sacar la vara de avellano a tiempo, algunos se han salido del camino recto y se han creído que el camino es suyo, que son ellos los que trazan el camino y que son ellos los que tienen la vara con la que poder pastorear a los demás.
Porque sí, el río es de todos. Pero, ¿sabes a quién deberíamos echar del río entre todos?
A los que se dediquen a seguir yendo a lavar la ropa a mano en el río usando detergentes o cualquier otro producto que sea contaminante y afecte negativamente al ecosistema acuático.
¿Sabes a quién deberíamos echar también del río?
A todos esos alcaldes que por sus santos cojones no hacen lo necesario para que las depuradoras funcionen como deben.
¿Sabes a quién deberíamos echar también del río?
A todas esas compañías eléctricas que a base de mini centrales se han cargado el caudal ecológico, dificultan el tránsito entre las diferentes zonas del río de los animales que viven ahí y demás historias.
¿Sabes a quién deberíamos echar también del río?
Al agricultor que se dedica a ir a vaciar la cuba de purín al río o que se cree que el río es su canal de riego particular.
¿Sabes a quién deberíamos echar también del río?
A toda la piara de cerdos que bajan en canoa dejando latas de cerveza, botellas de sidra, envoltorios de comida y demás mierda tirada por las orillas. Se puede descender un río en canoa sin necesidad de que estés gritando en Arriondas y se puedan escuchar tus gritos en Llordón y sin que tengas que dejar un bonito rastro de basura que sirva para dar fe de que has pasado por ahí.
Y, ¿Sabes a quién deberíamos echar también del río?
A todos los pescadores que se han creído que el río es una puta alacena privada de la que pueden sacar comida siempre que se les antoja. A todos aquellos que se empeñan en seguir matando y matando peces mucho más allá de lo razonable cuando hace ya mucho tiempo que el ecosistema, el sentido común y la pura decencia ya no resisten ese espíritu cuaternario convencido de que el río es solo una despensa.
O a los convencidos de que el río es un contenedor de basura.
O un lavadero.
O una fosa séptica.
O un canal de riego.
Los ríos no deberían ser nada de todo eso, pero desgraciadamente lo son.
Mientras tanto tendremos que seguir asistiendo al exterminio metódico de truchas y salmones, a soportar que sigan apareciendo opiniones en prensa de toda esta panda de babayos y a contemplar desde la distancia como se llevan a cabo actuaciones que no valen para nada.
¿Cuántos millones de alevines de salmón y trucha se han soltado en los últimos veinticinco años?
¿Cuánto han bajado las poblaciones de truchas y salmones los últimos veinticinco años?
¿Pero de verdad no veis que estáis gastando un montón de tiempo, dinero y esfuerzo en cosas que no valen para nada?
Pues parece ser que aquí el único camino es el exterminio. Y para poder exterminar hay que engordar artificialmente las poblaciones, aunque a largo plazo eso no haya supuesto ninguna mejora en las mismas. Si acaso, y habría que verlo, pudiese haber servido para frenar mínimamente el declive.
Lo que toca decidir, a quien corresponda, es si decide permanecer impasible viendo cómo lo que se exterminan son las truchas y los salmones, o si sería más conveniente exterminar esa forma de actuar a base de restricciones, vigilancia y sanciones.
Cortar las manos siempre ha sido más eficaz que tratar de convencer con argumentos. Es triste, pero es así.
Y es posible que incluso lleguemos ya tarde para empezar a cortar las manos.
Como decía al principio, yo ya lo he dado todo por perdido, y solo me queda asistir pasivamente al lamentable espectáculo que va a suponer la extinción del salmón Atlántico en Asturias.
Y el único absurdo consuelo que me queda, si es que vivo para verlo, que espero que así sea, será ver las caras que ponen todos estos que están convencidos de que pueden seguir matando y matando y que seguirá habiendo peces independientemente de que los sigan matando.
Ya sabéis, siempre se le podrá echar la culpa al cormorán, a la administración, a la contaminación o al empedrado.
Pero de tomar cada uno la responsabilidad de sus actos y cambiar lo que está en su mano, mejor ni hablemos.
Al final siempre acabo pensando que casi sería mejor que se extinga todo cuanto antes y que llenen los ríos de arco iris repobladas con las que podamos satisfacer nuestro afán piscatorio.
Sí, sí. Ya sé que acabo de decir una salvajada, pero es un panorama tan desolador el que presenta la pesca fluvial en Asturias, que incluso los escenarios más catastróficos pueden suponer alguna especie de alivio.
Por primera vez en la vida desde que me fui de Asturias he vuelto a pasar unos días en temporada de pesca sin traerme equipo de pesca para río.
Me he traído únicamente el equipo de spinning para mar para dedicar un par de mañanas a echar unos lances en algún "pedreru". Y al final ni eso, porque hoy por hoy tira más el monte que la pesca, así que he podido disfrutar de lo poco que van dejando intacto los incendios.
Lo del río lo veo tan mal que ni ganas de pescar me quedan. O quizás seas mi último acto de responsabilidad individual. Dado que considero que las poblaciones de truchas y salmones en Asturias están, en muchos ríos, en niveles muy malos o críticos, es posible que la mejor opción sea quedarse en casa y no molestarlos.