El ser humano tiene una tendencia asombrosa para buscar las explicaciones más rocambolescas a situaciones que escapan a su control y, a menudo, para justificar ciertos fracasos.
A ver si esto os suena:
"Estaba teniendo una tarde de pesca cojonuda, con peces comiendo arriba y haciendo el día con una oliva del 18, pero de pronto empezaron a cebarse de forma más esporádica hasta que pararon casi por completo. Yo creo que empezaron a cebarse a las exhuvias y ya no comían otra cosa, y cuando dejaron de bajar exhuvias por el río ya no comieron más".
Seguro que habéis oído esto o algo similar en numerosas ocasiones.
Mira, yo no sé si los peces se ceban a exhuvias.
Tampoco tengo interés alguno en saberlo.
Seguramente las coman, como muchas otras cosas, pero...
Lo que de verdad me pregunto cuando escucho estos argumentos es lo siguiente:
¿Qué aporte calórico puede tener un pellejo desprendido de una mosquita en un 18 como para que las truchas decidan comer solo eso?
Descartar cualquier otro posible aporte alimenticio para comer selectiva y exclusivamente exhuvias.
No sé, yo veo documentales y resulta que muchos carnívoros desprecian la piel de los animales que se comen y casi seguro que todos hemos visto osos pardos aprovechando solo la parte más nutritiva de los salmones e ignorando el resto.
O incluso osos polares que se encuentran el cadáver fresco de una ballena y únicamente comen la capa de grasa que está bajo la piel.
Sí, ya sé, el cerebro de una trucha no se puede comparar con el de un oso o un león y bla, bla, bla...
Tampoco sé si se pueden comparar los dos cerebros o no, pero si hay un hecho común al 100% de los seres vivos que habitamos este planeta es que todos llevamos cientos de miles de años especializándonos en lograr la mejor adaptación posible al medio.
Es sencillo:
Comer. No ser comido. Reproducirse.
Y no por ese orden.
Cuando la prioridad es reproducirse el comer y el no ser comido pasan a segundo plano.
En general, salvo que se ocupe la cúspide de la pirámide que forma la cadena trófica, no ser comido suele ser más importante que comer.
Y una vez llegado el momento de comer entra en juego el ratio energía consumida para obtener el alimento vs. energía obtenida una vez se ha consumido dicho alimento.
Un pez no necesita pensar en todo esto. Lo trae de serie.
Si admitimos esto como un comportamiento común a todos los seres vivos que forman parte del reino animal, ¿comer la muda de piel de un bicho que pesa unos pocos microgramos puede ser una estrategia ventajosa fruto de la adaptación al medio después de miles o millones de años?
Podría ser. Pero parece difícil.
A lo mejor digo un disparate, pero cuando me he encontrado ante una situación en el río con peces comiendo moscas de tamaño pequeño o muy pequeño y sin que la eclosión haya terminado la actividad de los peces comienza a disminuir suelo pensar:
1) Han comido lo suficiente y ya no tienen necesidad de continuar alimentándose.
2) Por el motivo que sea, no ser comido se ha convertido en prioritario, por encima de comer.
3) Estoy haciendo algo mal.
4) Es verdad que se comen las exhuvias, y justamente por eso se arruina el ratio energía invertida vs. energía obtenida a través del alimento y ya no les compensa seguir comiendo.
5) Soy un puto inútil, y cada año la cosa va a peor.
Pero todo esto no es importante en absoluto.
Lo importante es que no podemos meternos dentro del cerebro de un pez y que cualquier razonamiento que hagamos es muy poco probable que se acerque mínimamente a la realidad de lo que está sucediendo.
O igual es que esas dichosas exhuvias son una especie de manjar en el que ha quedado depositado lo mejor del insecto y tiene un sabor inigualable que hace que las truchas se vuelvan locas por comérselas.
Vaya, lo mismito que si me sientan a mi en una mesa de Etxebarri.
A lo mejor es que simplemente las exhuvias son lo equivalente a la cabeza de una gamba en el mundo de los salmónidos, y como nunca jamás un mosquero se ha preocupado de que sus moscas tengan olor o sabor, es por esto por lo que fracasamos.
"¡Pero es que yo sí he visto como se comen las exhuvias!", me dirás.
Hombre, claro, y yo también he visto como subían a comerse los nudos del bajo, los indicadores rosa o amarillo flúor de Biostrike, colillas, trozos de papel, bolitas de algodón...
Y no te digo nada si te asomabas al amanecer hace 25 años al puente viejo de Panes y tirabas una moneda de 1 peseta al río. Lo que salía de allí disparado a mil por hora a comerse la moneda era para que se te quedasen las piernas temblando el resto del día.
Se lo comen todo. O mejor dicho, lo muerden todo, y si resulta que es comida, entonces sí que se lo comen.
Creo que a lo de comerse exhuvias como estrategia selectiva de supervivencia de numerosos individuos de una especie, truchas en este caso, a lo mejor convendría darle un par de vueltas.
Pero bueno, para que no parezca que todo es quejarse y protestar, la única explicación posible a este fenómeno es que el hecho de comer exhuvias esté más relacionado con el carroñeo que con la depredación.
Algo similar podría pasar con los spent o los "no nacidos" (no sé si hay una palabra en español para referirse a los insectos cuya transformación de larva a adulto ha colapsado y han muerto en el intento).
Quizás el hecho de que no se muevan y de que simplemente deriven por la corriente hace que sea más fácil para el pez alimentarse de exhuvias que de moscas vivas.
Aunque por otro lado un insecto revoloteante debería despertar el instinto depredador del pez. Un reno que cojea es un imán para una manda de lobos, ¿Verdad? Pues algo similar debería ser para una trucha una efímera revoloteando en la película superficial y pugnando por alzar el vuelo.
O no. ¿Quién sabe?
Pues nadie lo sabe, porque por muchas vueltas que le demos a una idea y a la contraria, nunca podremos meternos dentro del cerebro de un pez.